El príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, es una figura histórica que ha dejado una huella indeleble en la historia de la familia real británica y del mundo. Nacido el 10 de junio de 1921 en la isla griega de Corfú, Felipe era hijo del príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y de la princesa Alicia de Battenberg.

Su llegada al mundo fue inusual; su madre dio a luz en una mansión, lo que marcó el inicio de una vida llena de acontecimientos. A lo largo de su infancia, Felipe vivió en un contexto tumultuoso, ya que su familia se vio forzada a exiliarse tras los disturbios políticos en Grecia.

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A medida que crecía, Felipe se trasladó a varios países de Europa debido a la inestabilidad de su entorno. Su educación fue diversa, abarcando instituciones en Francia, Alemania y finalmente el Reino Unido, donde se unió a la Marina Real a los 18 años. Este paso fue decisivo, no solo por su deseo de servir a su país, sino también por el impacto que tendría en su vida personal.

La historia de amor entre Felipe e Isabel, futura Reina Isabel II, comenzó en 1934, aunque el verdadero vínculo se estableció en 1939 durante una visita de la familia real a Felipe en el Colegio Naval. Su amistad se convirtió en un romance a través de años de correspondencia, uniendo sus destinos a pesar de las turbulencias de la Segunda Guerra Mundial.

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El compromiso de la pareja fue anunciado oficialmente el 9 de julio de 1947, un evento que desató controversias. Felipe enfrentó críticas debido a su origen extranjero y a las conexiones de su familia, lo que generó dudas sobre su idoneidad como consorte de la princesa. Su situación económica también fue un factor, ya que no contaba con grandes recursos, lo que contradecía las expectativas de la familia real británica.

Para consolidar su lugar en la familia real, Felipe tomó decisiones significativas. Renunció a sus títulos griegos y daneses, se convirtió al anglicanismo y adoptó el apellido de su familia materna, Mountbatten. Estos pasos fueron cruciales para su aceptación dentro de la nobleza británica y facilitaron su matrimonio con Isabel.

El 20 de noviembre de 1947, Felipe e Isabel se casaron en la Abadía de Westminster en una ceremonia que simbolizó la esperanza en un período de posguerra. A pesar de las restricciones de racionamiento que afectaban al país, la boda se convirtió en un evento de gran magnitud, con miles de personas sintonizando a nivel mundial.

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La unión de Felipe e Isabel no solo fue un acontecimiento personal, sino que tuvo un significado simbólico en el contexto de la Gran Bretaña de la posguerra, representando unidad y fortaleza. A lo largo de los años, Felipe se convirtió en un apoyo constante para Isabel, acompañándola en su reinado y en sus múltiples obligaciones reales.

En sus últimos años, la relación de Felipe con la Reina Isabel II se caracterizó por un profundo respeto y amor, aunque la pareja pasó largos períodos separados debido a compromisos y preferencias personales. El Rey Carlos III ha aclarado que estas separaciones no reflejaban una falta de amor, sino que eran una mezcla de circunstancias prácticas.

Felipe Duque de Edimburgo no solo fue un consorte, sino un hombre que aportó un legado a la familia real británica. Su vida estuvo marcada por el servicio, la dedicación y un amor duradero por Isabel, convirtiéndose en una figura clave en la historia contemporánea de la monarquía británica.