Leonardo Favio fue una de las figuras más significativas en la historia del cine argentino, una presencia que dejó una huella imborrable tanto en el séptimo arte como en el corazón de millones de personas.
Su capacidad para contar historias que no solo eran visualmente impresionantes, sino profundamente emocionales, lo consolidó como un cineasta esencial en la cinematografía nacional e internacional. A través de sus películas, Fabio exploró temas universales como el amor, la muerte y la vida misma, con una sensibilidad única que lo hizo destacar entre sus contemporáneos.
El amor predestinado, el sufrimiento y la existencia humana eran temas recurrentes en sus obras, que se entrelazaban de una manera tan genuina que aún hoy siguen tocando el alma de los espectadores. Sin embargo, detrás de su brillantez en el cine se escondía una vida marcada por tragedias personales, como las muertes prematuras de su hijo Pedro y el propio Leonardo, las cuales lo sumieron en un profundo dolor. Esta historia de pérdidas y luchas encontró reflejo en sus películas, que continúan siendo objeto de admiración y análisis, y se mantienen como una fuente constante de reflexión sobre la naturaleza humana.
La vida de Favio estuvo marcada por grandes dificultades desde su infancia. Nacido como Fuad Jorge Já, en un entorno familiar complicado, fue hijo de un padre sirio-libanés, Jorge Já Tras, y de una madre argentina, Laura, quien desempeñó un papel fundamental en su carrera artística. A pesar de las adversidades económicas y familiares, Favio logró encontrar su camino hacia la actuación y el cine. A los 21 años, se mudó a Buenos Aires con su hermano, donde comenzó a enfrentarse a una ciudad que le resultaba extraña y desafiante, pero que, a pesar de todo, fue el lugar donde desarrolló su carrera.
Favio comenzó su andadura artística en la radio, donde tuvo la oportunidad de desempeñar pequeños papeles como actor de voz. Fue esta experiencia la que le permitió ingresar al mundo del cine, comenzando a escribir sobre los marginados y los criminales, temas que surgían de su propio sentido de alienación y su rechazo a la mediocridad de la clase media. Su infancia, marcada por la pobreza y la adversidad, lo impulsó a buscar en la creatividad una forma de escape y expresión.
Su primer gran éxito en el cine fue Crónica de un niño solo (1964), una obra que reflejaba las luchas de su niñez y le dio reconocimiento crítico. Este film, considerado uno de los más importantes en la historia del cine argentino, marcó un hito en la cinematografía nacional con la singular narrativa y visión artística de Favio. Sin embargo, a finales de los años 60, la situación del cine argentino experimentó cambios importantes, y en 1969, su película El dependiente fue censurada por el Instituto Nacional de Cinematografía, lo que resultó en un golpe tanto financiero como creativo para el cineasta.
A pesar de este revés, Favio encontró una nueva vía para financiar sus proyectos a través de la música. Su primer álbum, Fuiste mía un verano (1968), fue un éxito, y su participación en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar lo catapultó al escenario internacional. Fue este éxito musical el que le permitió continuar produciendo cine, regresando a la dirección con Juan Moreira (1973), una de las películas más vistas de la historia del cine argentino. Sin embargo, la dictadura militar que asoló Argentina a partir de 1976 forzó a Favio a exiliarse, un exilio que duró casi dos años y que lo llevó a recorrer América Latina, estableciéndose en Pereira, Colombia.
Durante este tiempo de exilio, Favio volcó sus experiencias de angustia y nostalgia en su arte, creando obras impregnadas con el sentimiento de un alma desplazada. A finales de los 80, tras la restauración de la democracia en Argentina, Favio regresó al país y reanudó su carrera cinematográfica con Gatica el Mono (1990), una película que se considera su obra maestra. Esta fue seguida por Señor Perón: Sinfonía del sentimiento (1993), un ambicioso documental. Su último trabajo cinematográfico, Aniceto (2008), una versión reimaginada de su propia película El romance del Aniceto y la Francisca (1967), mostró su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos del cine argentino.
A lo largo de su vida, Favio tuvo una relación compleja con el amor y la familia. Su romance con la actriz María Vaner, que comenzó en 1957, se consolidó en una historia de amor que trascendió el cine argentino. A pesar de su éxito, la vida personal de Favio estuvo marcada por varias crisis emocionales, incluyendo una separación dolorosa de Vaner y luchas internas que lo llevaron a escribir canciones como Ella ya me olvidó (1968), una reflexión de su dolor y anhelo. Su vida amorosa fue también marcada por la relación con Carola Layton, con quien tuvo dos hijos y con quien compartió los momentos más difíciles de su vida, incluyendo los años de dictadura.
A pesar de los altibajos de su carrera, Favio nunca dejó de estar presente en la vida cultural argentina. Su obra cinematográfica, profundamente conectada con la realidad social y emocional, sigue siendo una de las más influyentes y admiradas. A lo largo de su carrera, Favio combinó su profunda conexión con la fe y su arte, reflejando en sus películas una espiritualidad que iba más allá de las creencias tradicionales, como él mismo lo expresó en una de sus entrevistas: “Dios te dictó tus películas”. Esta visión trascendental de su arte fue lo que realmente definió su carrera y lo que lo convirtió en un referente no solo del cine, sino también de la cultura y la historia de Argentina.