Ramón Ayala, una de las figuras más icónicas de la música norteña y el acordeón, ha vivido una historia digna de admiración, marcada por perseverancia, sacrificio y un talento innato que lo llevó a conquistar tanto el norte de México como los Estados Unidos. Su vida refleja la lucha por alcanzar el sueño americano y el poder de la música como herramienta para transformar destinos.
Nacido el 8 de diciembre de 1945 en Monterrey, Nuevo León, Ramón Cobarrubias Garza, más conocido en el mundo artístico como Ramón Ayala, creció en un ambiente de adversidad. Hijo de una familia numerosa, fue uno de los nueve hijos de la familia Cobarrubias. Desde temprana edad, la situación económica de su familia fue difícil, y como muchos en su comunidad, trabajaba en los campos para recolectar algodón. Sin embargo, su pasión por la música surgió muy pronto, y a los seis años, su padre le regaló su primer acordeón. Este instrumento sería el eje alrededor del cual giraría su vida. Desde ese momento, el joven Ramón mostró un talento excepcional, que lo llevaría a tocar junto a su padre en locales de la región, ganando modestos ingresos por su música.
La vida de Ayala dio un giro significativo en 1960, cuando su familia enfrentó serias dificultades económicas. Su padre se mudó a McAllen, Texas, mientras que su madre permaneció en Reynosa, lo que aumentó la tensión familiar y empujó a Ramón a buscar maneras de contribuir al sustento de su hogar. En su búsqueda de trabajo, Ayala se convirtió en limpiabotas, recorriendo las calles de la ciudad en busca de clientes. Fue durante estos momentos que, por casualidad, descubrió un bar llamado El Cadillac, un popular centro de encuentro para músicos. Allí, comenzó a adentrarse en la vibrante escena musical de la región.
El bar fue el escenario donde Ramón conoció a Cornelio Reina y Juan Peña, dos músicos destacados de la época que formaban el dúo “Carte Blanch”. Ayala, decidido a mejorar su destino, se acercó tímidamente a los músicos y pidió permiso para tocar el acordeón de Peña. Aunque inicialmente fue recibido con escepticismo, su insistencia y talento pronto lo hicieron destacar. Tras una impresionante interpretación de una polca, los músicos y la audiencia quedaron asombrados por su habilidad, y Ramón comenzó a recibir invitaciones para unirse a otros músicos y participar en diferentes presentaciones.
Su primer paso hacia el profesionalismo fue dificultoso. A pesar de su evidente talento, Ayala no podía actuar legalmente en los bares locales debido a su edad. No obstante, gracias al apoyo de sus amigos y músicos locales, logró obtener un permiso especial del sindicato de músicos, lo que le permitió empezar a tocar en bares de la zona. Fue entonces cuando conoció a Homero Guerrero, miembro de Los Cadetes de Linares, quien le ofreció una oportunidad para unirse a su grupo.
Aunque al principio Ayala solo era un miembro más en el grupo, pronto se destacó como el acordeonista principal. Tras su paso con Los Cadetes, la carrera de Ramón dio otro giro cuando Cornelio Reina, conocido cariñosamente como Teco, lo invitó a formar un nuevo dúo. Juntos fundaron “Los Relámpagos del Norte”, un grupo que rápidamente se ganó el cariño del público en el norte de México y el Valle de Texas. Su música, que combinaba las baladas tradicionales del norte de México con un estilo más moderno, los catapultó a la fama.
A pesar de las dificultades personales y las tensiones dentro del grupo, Los Relámpagos del Norte lograron grandes éxitos, grabando álbumes que se convertían en éxitos rotundos. Sin embargo, en 1971, el dúo se disolvió, lo que fue un golpe para la carrera de Ayala. Los rumores sobre una ruptura personal entre Ayala y Reina empezaron a circular, pero Ramón siempre negó que su separación fuera debido a conflictos personales. Aseguró que, en realidad, fue una decisión profesional de Cornelio Reina, quien decidió seguir su carrera en solitario en la Ciudad de México.
A pesar de esta separación, Ayala no se detuvo. Formó un nuevo grupo, “Los Bravos del Norte”, con el cual continuó su carrera musical. A lo largo de los años, el grupo alcanzó numerosos éxitos, y Ramón Ayala continuó con su legado musical. Con su característico sombrero de vaquero, su bigote y su acordeón, Ayala se consolidó como uno de los artistas más influyentes en el género de la música norteña, ganando múltiples premios, discos de oro y el cariño de su audiencia.
La historia de Ramón Ayala es la historia de un hombre que, a través de la música, logró superar las adversidades y alcanzar el éxito. A lo largo de los años, Ayala ha demostrado que el talento, la dedicación y la perseverancia son claves para conquistar los sueños, por más difíciles que parezcan. Su legado sigue vivo en las canciones que tocó y en la inspiración que dejó a generaciones de músicos que continúan llevando su música a los rincones más lejanos del mundo.