Fernando Soto, conocido popularmente como Mantequilla, fue una figura entrañable del cine mexicano, ampliamente reconocido por su talento cómico y por sus memorables papeles tanto en el cine como en el teatro. Nacido el 15 de abril de 1911 en Puebla, en una familia con profundas raíces en el mundo del entretenimiento, Soto creció rodeado de artistas, lo que fue crucial para el desarrollo de su carrera. Su padre, Roberto “El Panzón” Soto, era un célebre comediante, y su madre, Socorro Astol, fue actriz y cantante de zarzuela. Desde temprana edad, Fernando estuvo inmerso en el mundo del teatro y la actuación, y fue este entorno el que moldeó su estilo y dedicación artística.
Aunque al principio de su carrera había aspirado a ser bailarín, pronto encontró su verdadera vocación en la comedia. La habilidad de Soto para hacer reír al público y su encantadora presencia en el escenario lo convirtieron en uno de los actores cómicos más queridos de su época. Su apodo, Mantequilla, se originó de dos versiones populares. Una sugiere que su voz aguda y resbaladiza como la mantequilla lo llevó a ser apodado así en sus primeros años de carrera, mientras que la otra proviene de su propio padre, quien lo llamaba “mantequilla” por sus supuestos amoríos juveniles. Este apodo, que simbolizaba su naturaleza suave y encantadora, acompañó a Soto durante toda su carrera, reflejando su personalidad tanto en el escenario como fuera de él.
En 1944, Fernando Soto hizo su debut cinematográfico en la película Ni sangre ni arena junto a Mario Moreno Cantinflas, lo que marcó el comienzo de su exitosa carrera en el cine mexicano. A lo largo de los años, apareció en más de 200 películas, trabajando al lado de algunas de las figuras más grandes del cine de la época de oro de México, como Pedro Infante, Joaquín Pardavé, Dolores del Río y Sara García. A pesar de ser asignado frecuentemente a papeles secundarios, Soto lograba robarse la escena con su impecable sentido del humor y su inconfundible carisma.
Uno de los papeles más recordados de Soto es su actuación en La ilusión viaja en tranvía (1954), dirigida por Luis Buñuel, donde interpretó al personaje de El Títere Rajas, un mecánico que roba un tranvía para darle un paseo a su amigo. La interpretación de Soto en esta película se convirtió en uno de los puntos culminantes de su carrera, demostrando su habilidad para equilibrar el humor con una emotividad conmovedora. También destacó en la película Navidad en el barrio, donde su interpretación de un hombre con una mezcla única de humor y amenaza se ha convertido en uno de los momentos más emblemáticos del cine mexicano.
A pesar de su éxito en la pantalla, Fernando Soto nunca buscó la fama ni el reconocimiento. En diversas entrevistas, expresó su preferencia por la sencillez y la paz, rechazando los brillos de la fama y destacando siempre su gratitud hacia las oportunidades que le daban los productores. Su humildad fue una característica definitoria, y a menudo decía que merecía lo que tenía, sin ambiciones más allá de su trabajo y su vida sencilla.
Sin embargo, a pesar de su popularidad, Soto tuvo que enfrentar una serie de dificultades personales y económicas que marcaron sus últimos años de vida. Fue diagnosticado con diabetes en los años 70, pero lamentablemente, desoyó las recomendaciones de los médicos y no siguió el tratamiento adecuado. Su estilo de vida, lleno de salidas sociales y una dieta poco saludable, agravó su condición y causó el deterioro de su salud. A fines de los 70, Soto ya mostraba claros signos de la enfermedad, estando completamente ciego y perdiendo el uso de su brazo izquierdo. Su salud deteriorada afectó también su capacidad para seguir trabajando, lo que agravó aún más sus problemas financieros.
A pesar del apoyo de amigos como Jaime Fernández, quien organizó eventos benéficos para recaudar fondos para su tratamiento, y la ayuda económica de empresarios como Margos, Soto nunca logró recuperarse. En 1979, hizo una última aparición en el escenario del Teatro Blanquita, con la salud ya gravemente afectada. Su discurso fue conmovedor, y la audiencia, acostumbrada a su capacidad de hacer reír, se vio conmovida por la fragilidad de su figura. Al final de su vida, a pesar de los esfuerzos de sus amigos, Soto estaba en serias dificultades económicas y no podía costear los cuidados médicos que tanto necesitaba.
El 11 de mayo de 1980, Fernando Soto falleció a causa de un coma diabético. Su muerte marcó el trágico final de la vida de un hombre que, a pesar de su enorme talento y éxito, no pudo escapar de las tragedias personales y las dificultades económicas que marcaron su existencia. Fue enterrado en el Panteón Jardín, en la sección especial para actores, junto a su padre, Roberto “El Panzón” Soto. Aunque su vida estuvo marcada por dificultades, su legado sigue vivo a través de las películas que dejó y el cariño que le profesaron tanto el público como sus colegas.
Fernando Soto Mantequilla es recordado no solo por sus papeles cómicos, sino también por su dedicación al arte, su humildad y su capacidad para hacer reír a millones de mexicanos. Su historia es un recordatorio de las adversidades que muchas veces enfrenta el talento en la industria del entretenimiento, pero también es un testimonio del amor y respeto que dejó atrás, tanto en la comedia como en la vida misma.